Recuerdo que cuando empecé a leer no reflejaba los signos de puntuación, simplemente no los veía. Con siete años y un cambio de clase mis problemas visuales se acentuaron. No veía la pizarra. Me levantaba. Me acercaba a la pizarra para poder leer lo que en ella estaba escrito. La visita al oculista, la sala de consulta oscura y el silencio que acompaña a las palabras del médico: “no podemos poner toda la graduación, tiene que acostumbrarse a ver”.

Nací en un pueblo, se jugaba en la calle. En mis paseos miraba a lo lejos y veía como el cielo y la tierra se juntaban. Buscaba un punto de referencia y corría hacia él. Por supuesto, esa línea no estaba y seguía corriendo hasta el nuevo punto de referencia. Este efecto se repetía en diferentes lugares: un pequeño cerro o desde un puente sobre las vías del tren con el consiguiente peligro de correr entre las vías buscando el punto donde las vías se juntaban. Años más tarde aprendí los nombres de las imágenes: punto del infinito y recta del infinito.

EN BUSCA DEL INFINITO_ Carmen Tremps