Éxodos y romerías. ÁNGEL BALTASAR

Ángel Baltasar

AQUELLOS DÍAS DE 1985, PARECÍAN DÍAS COTIDIANOS que transcurrían como cascadas de tiempo en mi vida de joven artista para quien la decisión de zambullirse en las turbulencias del Arte, tomada apenas veinte años atrás, era ya irrenunciable. Sin embargo, iban a ser también mis últimos días sin discapacidad, en los que se fraguaría esta nueva y determinante situación de la que no era aun consciente. Estaba interesado en la multitud como el tema central de mis cuadros. Quizá expresión de aquellas tensiones humanas vividas durante la Transición, que a la vez eran el paisaje en el que me veía inmerso con mis incertidumbres y sobre todo con el temor indefinido de una debilidad. Pronto la debilidad pasaría a ser mi fortaleza, y el temor, mi resistencia, lo digo con la humildad de quien sigue resistiendo por amor al Arte. Las multitudes (desconocía entonces que fuera un tema pionero en los dibujos de Goya) me permitían irrumpir en el cuadro con un talante abstracto, casi de action painting, y descubrirme acto seguido autorretratado en medio de la urdimbre de pinceladas que configuraba espíritu crítico. En ellas está mi admiración por el maestro aragonés al que considero el más grande pintor de la Historia del Arte. Son estudios de juventud, búsquedas del camino, grandes batacazos, y el laboratorio donde experimenté una de mis preocupaciones más arraigadas: el movimiento de la fijeza. Han pasado treinta y cinco años y la obra que da respuesta a esta inquietud por el movimiento de la fijeza es El Éxodo de la Ternura. Se trata de volver a la pieza herida, deconstruir el accidente y darle de nuevo la palabra a un pasado que gracias a la tecnología vuelve a ser posible. Por ello, más que ninguna otra, es un Slow, una obra lenta que ha precisado todo ese tiempo para realizarse, donde ya no tengo claro si el producto es el proceso o viceversa, y en la que la impersonalizada multitud se define figura a figura en un retrato de cada individuo que la compone. Si al comenzar en 1985 pinté el film que no podía filmar, y lo puse en movimiento proponiendo mirar la pieza desde un hipotético tren en marcha, ahora, filmo el cuadro que a
duras penas puedo pintar y lo muevo utilizando herramientas informáticas, así pues lo he convertido en un videoarte. Fue una action painting, un performance, un cuadro de inusuales proporciones, el boceto de un mural en el interior del metro, una utopía y hoy, con la magnífica banda sonora que ha compuesto Suso Saiz, y la impresión digital de la pieza sobre papel fotográfico, es una obra acabada. ¿Acabada?, quién lo sabe, ojalá tenga vida propia, aunque su vida sea el éxodo de la ternura que amenaza nuestro destino.

12/05/2022 - 31/08/2022

Calle Recoletos, 1, 28004 (Madrid)

Sala Cambio de Sentido